“Después de cenar, hace sólo unos días, sacamos un árbol genealógico que un primo lejano había dibujado. Mi madre comenzó a contarnos y mi sobrina Sara descubrió de dónde venía y cuántas personas sostenían sus magníficos 18 añazos”
Cada persona que nos cruzamos por la calle, en la cola del super, viendo un partido sentado en una grada, en el trabajo, la escuela, cine… atesora la vida de todos y cada uno de sus ascendientes. Es “tan sólo” parte de una cadena de vida. Cuando esa persona mira abiertamente su historia y comienza a poner nombre a sus padres, abuelos, bisabuelos… y descubre en cada uno la vida que les tocó, con su salir adelante, sus historias, proyectos… Se encuentra con un mundo inmenso y seguramente desconocido hasta ese momento. Un mundo suyo, al que pertenece con más raíces que el propio mundo en el que vive o se imagina.
Y al mirarse como uno más de ese gran todo, se ve como “resultado final” como el logro de una larga cadena. Se mira las manos y las descubre llenas y dispuestas . Incluso cuando averigua que, para que su existencia fuera posible, hizo falta dolor y sacrificio. Y en ese instante de consciencia puede decir gracias.
Al mirarse hoy tan “antiguo” y tan “nuevo” se olvida de lo que le falta, de los continuos reclamos, de las injusticias y comienza a caminar. Primero un paso y luego otro.
Esa es la estrella que poseemos. La mera existencia. La certeza de ser lo que otros fueron para que cada vida fuera posible. Y es y cada día vuelve a ser. Cada uno con su luz, cada quien con su energía y todos desde el éxito. El éxito de saberse parte y convencidos de que sin ellos, sin nosotros, el futuro no será posible.
autor: Santiago González Mayor
ilustradora: Cristina Álvarez Almirante